La primera sensación que tuve al enterarme de la muerte de 4 personas (ahora 7) en las manifestaciones sociales en Totonicapán este jueves 4 de octubre fue una tristeza grande, como dijo una amiga: “Lo primero que me vino fue tristeza, no enojo, si no de tristeza…”. Y lo mismo me pasó, una amargura se me vino encima, pensé en mis amigos y en mis familiares que están allá, pensé en las personas y pensé en nuestra historia, y la tristeza fue aún más grande. Era ver nuevamente el regreso de la represión, era ver nuevamente el terror del pasado, de un estado que no tiene remordimientos.
Aún, mientras escribo esto, surge ese desasosiego, ese vacío que significa que nuestra sociedad no ha logrado pasar más allá de su historia, de sus guerras y que no conoce como vivir en paz dentro de una sociedad con diversidad de pensamientos, creencias y acciones.
Ahora viene lo complicado como colectividad y como persona(s): la transformación de esa tristeza, de esa amargura, de ese miedo, de ese odio que provoca la represión en algo diferente que no sea la agresión. Ahora la situación es la transformación de todo ello en algo más que no sea la violencia o la represión que nos enseña el estado, que nos han enseñando en nuestra historia, que nos han enseñado nuestros padres y abuelos. No es fácil, porque es intentar absorber lo que nos dictaron y recrearlo en algo más, en algo diferente a la muerte y a la violencia.
Ahora viene lo más fuerte: la transformación de esa tristeza, de ese miedo, de ese dolor, de ese odio que reflejan los hechos de ayer en Totonicapán en un acto que nos cambie de trayecto, que nos lleve a lo diferente, que nos traslade a otro círculo distinto al de la sangre, al de la violencia, al del odio, y que sea de paz, de tranquilidad, de amor, de aceptación, de tolerancia. Ahora es lo fuerte, lo difícil, porque matar y dañar es mucho más fácil que romper con lo que se espera como reacción a esos actos de barbarie.
Todo acto violento de sangre tendrá una reacción igual de fuerte, pero que esta reacción social de fuerza este llena de algo que nos una y libere. Que nos deje encaminados en un trayecto de tranquilidad y de integración con todos los que somos esta sociedad. De lo contrario seremos iguales y entreríamos nuevamente a este círculo de violencia, odio, masacre y discriminación.
Si deseamos hacer un cambio y manifestar nuestros sentimientos, este sería el de la paz no nuevamente el círculo de violencia, odio y sangre que llevamos más de 500 años repitiendo entre nuestras sociedades.
Desde ayer siento tristeza, posiblemente miedo, posiblemente odio, posiblemente enojo y deseo, realmente, que estos elementos sean semillas en mi o en los que me rodean para poder cambiar la sociedad en algo diferente, en algo con más armonía, con más equilibrio, con más sensatez, con más tranquilidad, con más paz. Si no se logra este giro sería lo mismo solo que con otro rostro.
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