Voy en el carro de una amiga recorremos las
laberínticas calles de la Ciudad de Guatemala.
Nos detenemos cuando el semáforo da luz roja, se respira la tensión de
ser asaltados por algún motociclista con pistola, en lugar de ello sale una
niña medio pintada de payaso, con una mueca que no es una sonrisa: hace
malabares con tres pelotas, se sube a los hombros de su compañera que tiene la
misma mueca y la misma edad. Terminan y se acercan a las ventanas de cada
vehículo a pedir dinero, trágicamente extienden la mano mientras los pilotos
las ignoran.
También, en la otra calle, frente a nosotros
está un sujeto en una patineta, se moviliza con ella y pide dinero. Su rostro está cansado, su piel dejó de ser
morena y es de un rojo oscuro, el sol tan incesante y el calor del asfalto
hacen estragos en la piel de las personas, sobre todo de aquellas que han
vivido en ellas.
Una anciana que ya no aguanta más a moverse,
su energía se gastó, tal vez toda una eternidad ha pasado por esos
lugares. Solo puede pasar en dos
vehículos, su agilidad es poca, los años han repercutido en ella o tal vez la
vida o nuestra sociedad. Un vehículo le
da dos monedas y no abre toda la ventana polarizada.
El semáforo da luz verde. El Vehículo se
moviliza. Hay un silencio grande, mi amiga
se da cuenta de mi asombro correspondiente de alguien que no vive en la Ciudad
de Guatemala o en cualquier ciudad grande latinoamericana. Me dice: “A veces pienso que muchos de ellos
deberían de aprender a hacer un trabajo.” Otro silencio.
Cuando dice eso recuerdo lo que ocurre en los
buses extraurbanos cuando voy rumbo a casa, al meteorito B612 (que debería de
ser asteroide, confusiones momentáneas)*: una persona vende lapiceros, otro
vende chicles, otro pide dinero porque no tiene un pie, una niña guía a un
ciego que vende llaveros. Es una escena
repetitiva. Todo un “Déjà vu”.
Respiro hondo para contradecirla tratando de
no polemizar en su vehículo, pero sí para discutir un poco para encontrar una
verdad, una luz que calme nuestra conciencia intelectualizada: “Muchos de ellos
de nada han tenido oportunidad, de absolutamente nada. Se la hemos negado como sociedad.”
Discutimos y nos damos cuenta que es
cierto. Somos una sociedad que no da
oportunidad, que discrimina y es desigual profundamente. A las personas que vemos en los semáforos, a
los que suben a diario a los buses extraurbanos son los guatemaltecos a quienes
les hemos dado la espalda, que nuestra indiferencia no rescata y que a pesar de
ello ignoramos y nos sentimos malhumorados cuando los vemos de frente. Son aquellos que por alguna deficiencia no
han podido conseguir ingresos y se la han rifado entre los vehículos, entre los
extorsionadores de las esquinas, ante la policía, ante los abusadores, ante
todo eso para poder subsistir en una Guatemala indiferente.
Muchos de ellos son las personas que
representan posiblemente el 63.17% (datos del Instituto Nacional de Estadística
2010) de la población que vive subempleada o del empleo informal o en el
desempleo, que han buscado un empleo digno que los libere pero que nuestro
sistema económico lo ha impedido y no queda otro camino que intentar trabajar
en las esquinas o en los buses, frente a la mirada irritada de los
automovilistas o pasajeros de las camionetas.
Nosotros seguimos el camino dentro
del vehículo con la conciencia intelectualizada.
*esto fue escrito porque en el rotativo "Metropolitano Xela" coloqué el titulo de la columna como "Desde el Meteorito B612" cuando realmente tendría que haber sido "Desde el Asteroide B612" la equivocación fue mia.
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