En “Nuestro Diario” (uno de los
diarios amarillistas de Guatemala) sale una fotografía de una adolescente
prendida en llamas, no la he querido ver, pero las he visto en algunos muros de
Facebook de algunos amigos. Es
interesante cómo los guatemaltecos nos vamos transformando en los monstruos con
quienes se pelea todos los días, no puedo imaginar la complicidad y el odio que
debe de existir dentro de la persona que roció la gasolina, no puedo imaginar
la sensación de adrenalina y éxtasis que puede sentir la persona que puso la
llama para que la mujer ardiera. No
puedo imaginar la complicidad de los que se pueden quedar viendo el
espectáculo, no puedo imaginar el morbo que en sus cerebros iba creciendo y
como una pequeña chispa de humanidad dentro de todos ellos se iba apagando.
No puedo imaginar cómo pudieron ver a
sus hijos después de eso, no puedo imaginar cómo pudieron abrazar a sus seres
queridos teniendo la imagen de una persona en llamas y que tuvieron relación
con dichos actos. Yo no podría hacerlo,
sencillamente no quisiera hacerlo, no me gustaría ser un verdugo sabiendo que
nosotros somos los mismos que creamos el odio y la muerte.
Nadie se pregunta ¿qué tuvo que pasar
en su vida una adolescente para hacer matar también? ¿Qué horrores tiene que
pasar un niño o niña para aprender a matar? ¿Qué tipo de sociedad es en la que
ha tenido que vivir para dejar las actitudes adolescentes que nos describen en
los libros universitarios? ¿Qué tuvo que sentir ella o cualquier otro niño para
hacerlo? La respuesta está frente al
espejo de los políticos, está frente al espejo de los policías, los soldados,
de los diputados, de los narcos, de los del CACIF, de los religiosos. La respuesta está cuando los directores de
los colegios y escuelas se paran frente a los espejos, cuando los maestros se
ven en ellos, cuando los abogados y jueces se asoman a peinarse, cuando todos, absolutamente
todos, hombres y mujeres adultos, en nuestro odio, nos vemos en el espejo. Ahí está la respuesta del origen de los
adolescentes, niños y niñas que son sicarios.
Cuando nos paremos frente al espejo veremos
que Guatemala tiene raíces de odio y violencia, de asesinar, matar, torturar,
violar, quitar. Guatemala en el espejo esta
en esa portada que muestra a nuestra sociedad tan llena de odio y que no está
dispuesta a perdonar, que no está dispuesta a virar. En el espejo Guatemala ve muerte y
posiblemente le agrada, lo festeja quemando a las y adolescentes, niños, niñas.
No cabe duda, lo revolucionario en
Guatemala es “amar”, “sonreír”, “perdonar”,
“acompañar”, “guiar”. Si
realmente deseamos un cambio, nuestro odio social de siglos tiene que buscar un
canal de expresión, un canal para que pueda ser escuchado por los realmente
culpables de esta sociedad (nosotros: políticos, apolíticos, religiosos, ateos,
indiferentes, etc.), porque no hace falta un tirano en nuestra patria para
asesinar porque ya lo tenemos en el corazón de nuestra sociedad empujándonos a
ser como todos los que han hecho lo mismo con nosotros.
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