viernes, 6 de febrero de 2015

Ateo por la Gracia de Dios



Todos los días almuerzo en el mismo sitio y siempre está el mismo movimiento de las personas por todos lados, todos tienen conversaciones: unos ríen y se mueven, otros mantienen una plática seria, unos pocos comen solos en silencio.  Es el típico almuerzo que se da en la oficina.
Me siento en una silla de madera, abro el plato que contiene la comida recién calentada en el microondas y alguien se sienta frente a mí.  Hablamos cosas para pasar la hora, nos hemos encontrado varias veces y las conversaciones han sido dudas de vida, sencillas, sin complicación alguna, hasta que lanza la pregunta que a veces tiende a impresionar a muchas personas: ¿Qué religión tiene?
Tomo un poco  de agua, sé que es una pregunta que muchos hacen y que esperan la respuesta común, tal vez con la diferencia que diga se diga soy evangélico, católico, mormón, etc.  La situación es que mi respuesta no lo es: “No tengo religión, soy ateo.” Respondo.
Así de esta respuesta siempre espero un rostro que se reprime la sorpresa pero que de desencaja en la mayoría de las personas de forma autómata.  Cuando eso sucede, aclaro aún más: “sí, no creo en ningún ser supremo”, sonrío para continuar con la conversación.
El joven aún impresionado, como si tuviera un padecimiento incurable que posiblemente me llevará a la muerte, pregunta: “y ¿Ella?” señalando a S., su rostro mantiene una pena muy grande por ella.  Mi respuesta es muy sincera: “Es Católica, como la mamá.  Aunque más adelante puede decidir la creencia que guste.”.
Me sigue haciendo preguntas no muy conforme con mi postura, le explico con sinceridad e intentando comprender su impresión y sensaciones, con calma, sin intentar convencerlo, solo hablando de mi postura y escuchando su postura, a vece rebatiendo sus postulados para intentar convencerse.  Después de ese día se sintió el espacio profundo y dejó de comer conmigo en el almuerzo.  A veces para muchos es increíble vivir sin un objetivo supremo, sin una recompensa en el más allá, es enfrentarse a flotar en el espacio, es darse cuenta que somos un error genético de la naturaleza.
Eso sucede tanto cuando cuento que he decidido ser ateo desde pequeño, tal vez 12 o 13 años.  En la universidad cuando lo comento, surgen rostros de impresión.  Recuerdo una estudiante que se acercó y me preguntó: “Es que no le entiendo ¿Cómo puede ser así?”  Su rostro era de incredulidad, no podía pensar en que alguien fuera así.  Qué pudiera estar parado frente a ella un ateo, un no creyente.  También tuve una amiga que me decía: “Tú no eres ateo, no puedes ser ateo…”
Recuerdo que a alguien le dije: Soy ateo porque no puedo imaginar que sucedan las cosas así nada más por así, si existiera alguien, un ser supremo se podrían evitar muchas cosas.  Así que he decidido no creer y ser bueno, porque yo lo decido sin esperar un premio o un castigo cuando la muerte me encuentre.
A la sociedad guatemalteca le es difícil aceptar a las personas que tienen otro pensamiento, otro tipo de vida, otras creencias.  No lo pueden creer.  A veces pienso que esa incredulidad o poca tolerancia es la que acompaña a la frase “eres ateo por la gracia de Dios” inmediatamente después que les comento que soy ateo.  O puede ser el sarcasmo que tenemos algunos ateos.

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